jueves, 14 de abril de 2011

Un mundo sin fin



Acabo de terminar “Un mundo sin fin” de Ken Follett, como ya sabrán, la segunda parte de “Los pilares de la tierra”.

Al principio la historia me gustaba, Follett sabe como nadie dejarte intrigado al término de cada capítulo, un truco para que el lector quiera seguir devorando página tras página. Pero según iba leyendo, sabiendo más de la historia, me irritaba el descubrimiento del auto-plagio del autor, ya que algunas situaciones o vidas de determinados personajes están sacados de Los pilares, algo que va convirtiendo la lectura en algo ya leído, cosa bastante penosa por parte de la vaguería del autor, que podría haber cambiado el transcurso de los acontecimientos. También apuntar que no las personas pasan su genialidad a su descendencia, no digo que no pase nunca, pero me parece un poco infantil pensar que si una persona sabe hacer algo muy bien, sólo por ello su hijo lo hará igual, por esta regla de tres que nos muestra el autor, los sucesores de Velázquez pintarían igual de bien que él, o alguien con el apellido Copérnico trabajaría en la NASA, etc. Y con todo lo señalado, el autor remata la faena siendo él mismo el que muestra una fatiga crónica, al dar unas pinceladas nerviosas e improvisadas a la última parte de la obra, dando la sensación que quiere acabar cuanto antes, y deja que los personajes resuelvan los acontecimientos lo más deprisa que puedan, ya no reflexionan tanto sobre las cosas y todo transcurre a la velocidad del rayo, ¿acaso de ahí el título, el autor no veía el día para ponerle fin?

Para mi parecer, un suspenso para el señor Follett.





Nunca comas en un lugar llamado Mamá. Nunca juegues cartas con un hombre que se parezca a un perro... y nunca te acuestes con una mujer que haya tenido más problemas que tú.


William Faulkner





sábado, 9 de abril de 2011

Adiós a Sidney Lumet




Sidney Lumet, el realizador de filmes como Doce hombres sin piedad, Sérpico, Tarde de perros o Network. Un mundo implacable, ha fallecido hoy a los 86 años en su domicilio de Manhattan a causa de una leucemia, informaron fuentes familiares al diario The New York Times. Lumet, que permaneció en activo durante casi 60 años, fue un implacable retratista de la sociedad estadounidense.


Sus películas, de factura clásica, eran muchas veces oscuras y siempre mostraban los recovecos menos amables de Estados Unidos. Nacido en Filadelfia, aunque pasó la mayor parte de su vida en Nueva York, una ciudad profundamente ligada a su cine, Lumet es autor de cerca de 40 películas (y de más de 70 títulos si se incluyen también sus trabajos para televisión). Recibió un Oscar honorífico por el conjunto de su obra en 2005: hicieron falta cincuenta años de cine para que Hollywood reconociese el trabajo de un director que había rodado muchas escenas que formaban parte de la memoria colectiva. Pero nunca se mudó a California, ni fue complaciente con la industria ni quiso adaptar su discurso a las modas. Como buen artesano, hizo mucho cine alimenticio pero siempre con un sello personal.


Fuente: Guillermo Altares (El Pais)